jueves, 27 de agosto de 2009

Liberales e intervencionistas ¿A quién le creemos?

Por Alejandro Trapé

A partir de la crisis en el mercado financiero mundial se ha instalado nuevamente el debate respecto de si el Estado debe o no intervenir en el sistema financiero para salvarlo de una muy probable debacle.

Aquellos políticos cercanos al intervencionismo anuncian la “crisis del liberalismo” o el “fin del capitalismo de mercado”, al ver que los gobiernos de Europa y EEUU se han inclinado por rescatar a los bancos en peligro. El mensaje que transmiten es: “¿Vieron que es necesario que el Estado intervenga porque el mercado no funciona?”. Y pareciera que en estos tiempos los hechos les dan la razón. Sin embargo, en estas discusiones tan importantes no es bueno dejarse llevar por la moda.

Por eso quisiera reflexionar sobre dónde está hoy la discusión a nivel mundial respecto de lo que debe y de lo que no debe hacer el Estado en la economía en general y en el sistema financiero en particular. Hace tiempo que en este debate los “fundamentalistas de mercado” y los “fundamentalistas del Estado” han debido abandonar el escenario. Hoy, la actuación del Estado en la economía queda definida por una serie de “consensos”, que provienen de la discusión teórica y se nutren de la experiencia acumulada a lo largo de los años en todo el mundo.

Problemas

Debe reconocerse, sin embargo, que dentro de estos consensos, las ideas respecto de qué debe hacer el Estado en el sistema financiero son aún bastante discutidas y el acuerdo aún no es claro ni definitivo. Veamos cuáles son las dos posiciones en pugna aún hoy.

En el sistema financiero existen dos problemas centrales que dificultan su funcionamiento (en todas las épocas y en todos los países). El primero es el denominado “problema de la selección adversa”, por el cual se dice que los bancos, si son rigurosos, suelen prestar solamente a quienes “no necesitan el dinero”.
La idea es que el banco, en su afán de asegurarse que el deudor le va a devolver los fondos, pide tantas garantías y tantos requisitos que casi hay que demostrarle que no se necesita el dinero para que acceda a prestarlo. Si alguien realmente necesita auxilio para salvar una situación difícil, el banco, por ese motivo, duda en prestarlo y muchas veces no lo hace. Así, el sistema “selecciona mal” y no responde a quienes realmente necesitan ayuda. Algunos lo sintetizan diciendo: “El gerente de una gran empresa se sienta a tomar café con el gerente del banco, pero el de una pequeña, no puede pasar de la entrada”.

El segundo problema se denomina “riesgo moral” y aparece cuando un banco que ha sido desprolijo o poco cuidadoso en sus préstamos (no ha pedido garantías o no ha estudiado bien las posibilidades de devolución de sus clientes) se ve en dificultades y entonces la Autoridad Monetaria (el Banco Central en la Argentina o la Reserva Federal en EEUU) debe acudir a salvarlo para que sus depositantes puedan recuperar el dinero.

En este caso, el solo compromiso de las autoridades de salvar bancos con problemas genera un incentivo perverso en estas entidades a las que ya “no les importa mucho ser desprolijos”, si luego siempre habrá un salvavidas a mano. Como usted ya se imagina, estos dos problemas están muy relacionados.

Escenarios

Un primer escenario sería aquel en que los bancos relajan sus exigencias de garantías para no caer en la “selección adversa” y luego por eso tiene problemas de que sus deudores no les devuelven el dinero, aparece la necesidad de “salvataje” y con ella se potencia el “riesgo moral”. En ese escenario se reduce el primer problema pero se potencia el segundo y en ese caso seguramente la gente aplaudirá que el sistema da cabida a los deudores pequeños pero luego condenará los salvatajes (que se derivan de lo anterior).

Un segundo escenario sería, al contrario, aquel en que los bancos son muy estrictos y sólo prestan a los muy solventes, dejando fuera a los menos calificados. En tal caso el riesgo de problemas bancarios se reduce o anula y la necesidad de los salvavidas desparece. En ese escenario se reduce el segundo problema pero se potencia el primero y es muy posible que la sociedad viva más tranquila ya que no hay cimbronazos financieros, pero a cambio deba aceptar que el pequeño inversor no tiene acceso al crédito.

Hay quien puede imaginar que hay un escenario intermedio, donde se deja que los bancos privados sigan siendo exigentes y aparece un banco público para responder a los pequeños. Sin embargo, aun haciendo el arriesgado supuesto de que ese banco público atienda sólo a los pequeños (y no a “amigos grandes”) sucede que si los deudores pequeños no responden el banco tendrá severas pérdidas que seguramente se socializarán (es decir, las soportaremos todos) a través de transferencias de fondos del Gobierno, que probablemente no saldrán en los diarios. O sea que igual habrá salvataje, del cual no nos daremos cuenta, salvo que sea muy grande o durante mucho tiempo (lo malo es que cuando se prestó a amigos grandes…¿a quién estamos salvando?)

Lo importante de todo esto es que las posturas intervencionistas, tradicionalmente han sido favorables al primer escenario (prestar sin tanta garantía y luego salvar si es necesario) y las liberales al segundo (restringir el préstamo, dejando fuera del sistema a los pequeños).

Podemos adherir a uno u otro, el punto esencial es que la sociedad debe estar consciente de qué alternativa elige, para que sepa qué aplaude y qué riesgos corre. No es posible tomar sólo lo bueno de las dos, o sea, darle cabida a todos y no correr riesgos de turbulencias.

La crisis actual (2008)

En este marco, creo que la crisis financiera actual proviene de una triple irresponsabilidad. Por un lado, es claro que se produjo por la enorme irresponsabilidad de los bancos de EEUU en el otorgamiento de préstamos hipotecarios (casi no se pedían garantías para dar créditos), pero también es muy cierto que los legisladores estadounidenses, que hoy se rasgan las vestiduras para proteger al ciudadano de EEUU, son los mismos que hace unos años autorizaron e incentivaron esta conducta. Los políticos incentivaron a que se bajaran las exigencias y los banqueros no se detuvieron.

Finalmente, quien podría haber evitado o reducido la catástrofe, la Reserva Federal, no cuidó de que no se cometieran excesos con los préstamos. Curiosa dislexia en el norte: quisieron evitar la “selección adversa”, el ente regulador miró para otro lado y ahora no quieren enfrentar las consecuencias.

En definitiva, lo que digo es que los políticos estadounidenses prefirieron el primer escenario: les importaba que todos tuvieran su crédito y con ello se dispusieron a correr riesgo de tener que preparar los salvavidas. Con esto quiero decir que desde el punto de vista conceptual, en materia financiera, EEUU se acercó en estos años más a la concepción intervencionista que a la liberal. Un liberal extremo nunca hubiera relajado tanto las condiciones de acceso al crédito en un sistema como el de EEUU, en el que los ciudadanos son muy proclives a consumir y endeudarse.

Entonces creo que es apresurado decir que esta crisis es la crisis de las ideas liberales. El debate aún está abierto. Es cierto que EEUU es hoy un país cercano al ideario liberal, pero es claro que en materia financiera no se comportó de esa forma sino como un “híbrido”.

Los liberales proponen un esquema de funcionamiento y los intervensionistas otro, y ambos tienen sus ventajas y desventajas. La sociedad debería saberlo para poder decidir cuál prefiere. Si los políticos la conducen por un camino y luego no desean hacerse cargo de las consecuencias, en realidad, o no saben de qué se trata o están engañando a la gente.

Artículo publicado en el “Diario Los Andes” el 8/10/08

(El autor es Profesor titular de Política Económica Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo. Es Socio-Director de A + C consultores)

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