jueves, 27 de agosto de 2009

¿ Qué es la economía política ?

Una actividad cognoscitiva puede denominarse “ciencia” en cuanto permite establecer leyes que puedan verificarse en forma experimental, o en forma práctica. De ahí que la economía es una de las ramas sociales de la ciencia. Describe la actividad del hombre dirigida a satisfacer necesidades en uso de su libertad de elección (economía natural); por lo que cae fuera de esta perspectiva la economía dirigida desde el Estado (economía planificada). Wilhelm Roepke escribió:

“Economizar no es más que una elección entre diversas posibilidades, y la Economía no es en el fondo, sino la teoría de las alternativas”.

(De “Introducción a la Economía Política” Unión Editorial SA – Madrid 1974).

El hombre primitivo construía sus propios utensilios y elaboraba sus propios alimentos (economía individual). Luego se vislumbró la ventaja que presentaba la especialización laboral, o división del trabajo, y el intercambio posterior (economía social). Así nace el mercado, como lugar apto para los intercambios (trueque). Para facilitarlos, se creó al dinero. Producimos para otros seres humanos y los demás producen para nosotros. Juan Bautista Alberdi escribió:

“De ahí que la economía política, que es el estudio de esas causas morales de la riqueza, es una de las ciencias morales y sociales. Adam Smith dio con ella, estudiando y enseñando, como profesor, las ciencias de la filosofía moral”

(De “Estudios económicos” Librería La Facultad – Buenos Aires 1927).

La economía, como ciencia, aparece en el siglo XVIII. Desde entonces se observó que el mercado actúa como un sistema realimentado que no necesita ser regulado exteriormente, ya que es, precisamente, autoregulado. Si todos los problemas de la sociedad derivaran de la economía, tal sistema los solucionaría. Alberdi escribió:

“El trabajo y el ahorro son esas causas naturales de la riqueza, como la ociosidad y el dispendio son las causas de la pobreza. Esas cuatro palabras expresan los cuatro hechos a que está reducida toda la gran ciencia de Adam Smith”.

“La riqueza y la pobreza, según esto, residen en el modo de ser moral de una sociedad, en sus costumbres de labor y ahorro, y en sus hábitos viciosos de ociosidad y dispendio. En vez de blasonar de las riquezas del suelo, la América del Sud debiera saber que no es rico el país que no puede blasonar las riquezas de su civilización. Comprender la riqueza y la pobreza en su ser y causas morales es colocarse en el camino de aprender a salir de la pobreza y llegar a la riqueza”. (Blasonar: hacer ostentación de alguna cosa con alabanza propia).

En una economía natural, el valor de los productos viene establecido por el mercado, es decir, por los consumidores, que de esa forma orientan al productor indicando qué y cuánto producir. En la economía planificada, el valor de un producto viene asignado por el Estado, en función del trabajo que demandó su fabricación. El Estado (o quienes lo dirigen) deciden qué y cuánto producir.

El banco es el intermediario entre el ahorrista y el productor, o entre el ahorrista y el consumidor. Este consumidor, en base al crédito, sacrifica el futuro en beneficio del presente, viviendo más allá de sus posibilidades, mientras que el ahorrista sacrifica el presente en beneficio del futuro, renunciando en parte a sus comodidades.

Hay países en los que se consume más de lo que se produce, mientras que en otros ocurre a la inversa. En unos prevalece el déficit, en los otros el ahorro. La economía de una nación es un reflejo de las costumbres imperantes. Algunos piensan que la moral dominante es un efecto de la economía, pero la economía no es más que un conjunto de decisiones y de acciones humanas. De ahí que es mejor decir que la economía es un efecto de las costumbres. Alberdi escribió:

“Un empobrecimiento nacido de ideas viciosas sobre el medio de enriquecer sin las virtudes del trabajo y del ahorro, es una enfermedad moral como su causa, y sólo puede ser curada por medicamentos morales igualmente. Esos remedios consisten desde luego en el abandono de las ilusiones que buscaron riquezas improvisadas en combinaciones y artificios ingeniosos que no pueden suplir al trabajo y al ahorro, considerados como manantiales de riquezas y bienestar. Esta curación moral no puede ser sino lenta, penosa y difícil, como es siempre la reforma de los usos y de las costumbres entradas en mal camino”.

Cuando las masas irrumpen en el Estado, decidiendo el presente y el futuro de la Nación, se acentúan los males. Ya en el siglo XIX Alberdi escribía:

“El Banco de la Provincia de Buenos Aires será el pozo de Airón en que se hundirá toda la riqueza de la República Argentina, y con su riqueza, sus libertades y sus progresos”.

“Lo peor del mal es que no admite más reforma que su desaparición total. Porque su vicio no está en la forma, sino en el fondo, en la esencia de la institución. No está en el banco, sino en el banquero. Es un banquero inaccesible, inejecutable; banquero soberano que se legisla a sí mismo y que legisla a sus prestamistas pudiendo forzarlos a prestarle su dinero en virtud de leyes que tiene el poder de darle; que no recibe control ni limitación sino de sí mismo, y que sólo a sí mismo está obligado a darse cuentas”.

Hay quienes sostienen que ese banco resulta ser el medio adecuado para facilitar la corrupción de la clase política. Su déficit es absorbido por la Provincia de Buenos Aires y, a su vez, el déficit de esa provincia es absorbido por la Nación. Para cubrir esas pérdidas se efectúa emisión monetaria y de esa manera se genera inflación, o bien se cubre con préstamos requeridos a bancos nacionales o extranjeros con un incremento de la deuda pública.

El ahorro debe ser un medio para asegurar el futuro de un individuo. Sin embargo, en la Argentina, a través de la “industria del plazo fijo”, muchos hombres, en plena capacidad productiva, pretendían vivir de rentas para dejar de trabajar. El ahorro productivo pasa a ser un ahorro especulativo.

El ahorro y el trabajo conforman la base del sistema capitalista. Sin ellos es imposible el éxito económico de una Nación. Alberdi escribió:

“El ahorro, manantial más productivo de riquezas que el trabajo mismo, es, sin embargo, más penoso y difícil para el americano del sud. Es que el ahorro, como costumbre, es toda una educación: es una virtud que se compone de muchas otras y supone un grande adelanto de civilización. Sus elementos son: la previsión, la moderación, el dominio de sí, la sobriedad, el orden. Es imposible llegar a ser rico sin la posesión de estas cualidades morales. Cuando ellas abundan en una nación, esa nación no es, no puede ser pobre, aunque habite un suelo pobre. Mejor sin duda si posee un suelo fértil, pero no es más el suelo que un instrumento de su poder productor, que se compone de sus fuerzas morales”.

“La primera dificultad de Sud América para escapar de la pobreza es que ignora su condición económica. Con la persuasión de que es rica y por causa de esa persuasión, vive pobre, porque toma por riqueza lo que no es sino instrumento para producirla”.
La mayoría siente que tiene el derecho a recibir parte de la producción nacional, pero pocos son los que sienten el deber de producirla. Una sociedad con un bajo porcentaje de empresarios está condenada al fracaso económico. Algunos políticos, en forma irresponsable, se ubican como defensores del pueblo ante la “maldad empresarial”, olvidando criticar a los negligentes y a los irresponsables. Si una empresa tiene alguna ganancia, se la observa como si estuviesen robando a la sociedad. Pareciera que, para muchos, la empresa ideal es la que da pérdidas. Si da puestos de trabajo, se dice que está “explotando” al trabajador.

Así como la libertad de elección, que el hombre dispone, tiene un alto precio: el riesgo de elegir mal, la economía de mercado presenta el riesgo del fracaso. Las protestas contra tal sistema (trabajo y ahorro productivo) son similares a las protestas contra el propio Creador por habernos dado la libertad a tan alto precio.
Es criticable, sin embargo, la economía de tipo ruleta, en la que los especuladores juegan a optimizar ganancias. No existe para ellos una finalidad social de la producción, sino una búsqueda de ganancias motivadas por el simple espíritu deportivo que los impulsa a competir y a ganar.

Los temas económicos, aunque cotidianos, resultan ser bastante complicados. Las conclusiones erróneas que podemos extrae de un razonamiento, pueden evitarse si tenemos en cuenta la siguiente precaución sugerida por Henry Hazlitt:

“El arte de la economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre el grupo, sino sobre todos los sectores”

(De “La economía en una lección”).

La automatización tiende a reemplazar al trabajo humano exigiendo a cada individuo mayor esfuerzo de adaptación al medio social. Por ejemplo, en un país con elevado nivel tecnológico, como EEUU, la agricultura emplea sólo el 3% de la población activa. Se estima que dentro de unos pocos años la producción industrial estará totalmente automatizada. Sin embargo, en ese mismo país, la ocupación laboral, en la producción de servicios, ha ascendido a más del 70% de la población activa. La automatización reduce costos de producción y ello implica mayores ganancias. Y esas ganancias adicionales podrán reinvertirse para producir trabajo adicional. Una nueva maquinaria, utilizada para la producción automatizada, crea inconvenientes (desempleo) en un sector y en el corto plazo, pero crea beneficios a todos los sectores en el mediano y en el largo plazo.

El trabajo productivo del hombre no consiste sólo en mano de obra, que puede ser afectada por el desempleo tecnológico, sino también consiste en gestión y administración asociada al manejo de información. En esto consiste esencialmente la diferencia entre empresarios y empleados. Los primeros son los que tienen mayores preocupaciones; de ahí la baja proporción existente en muchos países.

Debemos hacer un “examen de conciencia económico” y preguntarnos si, durante nuestra vida, hemos producido más de lo que hemos consumido. En ese caso podemos considerarnos hombres útiles a la sociedad. Por el contrario, si hemos consumido más de lo que hemos producido, debemos tratar de revertir la situación.

Liberales e intervencionistas ¿A quién le creemos?

Por Alejandro Trapé

A partir de la crisis en el mercado financiero mundial se ha instalado nuevamente el debate respecto de si el Estado debe o no intervenir en el sistema financiero para salvarlo de una muy probable debacle.

Aquellos políticos cercanos al intervencionismo anuncian la “crisis del liberalismo” o el “fin del capitalismo de mercado”, al ver que los gobiernos de Europa y EEUU se han inclinado por rescatar a los bancos en peligro. El mensaje que transmiten es: “¿Vieron que es necesario que el Estado intervenga porque el mercado no funciona?”. Y pareciera que en estos tiempos los hechos les dan la razón. Sin embargo, en estas discusiones tan importantes no es bueno dejarse llevar por la moda.

Por eso quisiera reflexionar sobre dónde está hoy la discusión a nivel mundial respecto de lo que debe y de lo que no debe hacer el Estado en la economía en general y en el sistema financiero en particular. Hace tiempo que en este debate los “fundamentalistas de mercado” y los “fundamentalistas del Estado” han debido abandonar el escenario. Hoy, la actuación del Estado en la economía queda definida por una serie de “consensos”, que provienen de la discusión teórica y se nutren de la experiencia acumulada a lo largo de los años en todo el mundo.

Problemas

Debe reconocerse, sin embargo, que dentro de estos consensos, las ideas respecto de qué debe hacer el Estado en el sistema financiero son aún bastante discutidas y el acuerdo aún no es claro ni definitivo. Veamos cuáles son las dos posiciones en pugna aún hoy.

En el sistema financiero existen dos problemas centrales que dificultan su funcionamiento (en todas las épocas y en todos los países). El primero es el denominado “problema de la selección adversa”, por el cual se dice que los bancos, si son rigurosos, suelen prestar solamente a quienes “no necesitan el dinero”.
La idea es que el banco, en su afán de asegurarse que el deudor le va a devolver los fondos, pide tantas garantías y tantos requisitos que casi hay que demostrarle que no se necesita el dinero para que acceda a prestarlo. Si alguien realmente necesita auxilio para salvar una situación difícil, el banco, por ese motivo, duda en prestarlo y muchas veces no lo hace. Así, el sistema “selecciona mal” y no responde a quienes realmente necesitan ayuda. Algunos lo sintetizan diciendo: “El gerente de una gran empresa se sienta a tomar café con el gerente del banco, pero el de una pequeña, no puede pasar de la entrada”.

El segundo problema se denomina “riesgo moral” y aparece cuando un banco que ha sido desprolijo o poco cuidadoso en sus préstamos (no ha pedido garantías o no ha estudiado bien las posibilidades de devolución de sus clientes) se ve en dificultades y entonces la Autoridad Monetaria (el Banco Central en la Argentina o la Reserva Federal en EEUU) debe acudir a salvarlo para que sus depositantes puedan recuperar el dinero.

En este caso, el solo compromiso de las autoridades de salvar bancos con problemas genera un incentivo perverso en estas entidades a las que ya “no les importa mucho ser desprolijos”, si luego siempre habrá un salvavidas a mano. Como usted ya se imagina, estos dos problemas están muy relacionados.

Escenarios

Un primer escenario sería aquel en que los bancos relajan sus exigencias de garantías para no caer en la “selección adversa” y luego por eso tiene problemas de que sus deudores no les devuelven el dinero, aparece la necesidad de “salvataje” y con ella se potencia el “riesgo moral”. En ese escenario se reduce el primer problema pero se potencia el segundo y en ese caso seguramente la gente aplaudirá que el sistema da cabida a los deudores pequeños pero luego condenará los salvatajes (que se derivan de lo anterior).

Un segundo escenario sería, al contrario, aquel en que los bancos son muy estrictos y sólo prestan a los muy solventes, dejando fuera a los menos calificados. En tal caso el riesgo de problemas bancarios se reduce o anula y la necesidad de los salvavidas desparece. En ese escenario se reduce el segundo problema pero se potencia el primero y es muy posible que la sociedad viva más tranquila ya que no hay cimbronazos financieros, pero a cambio deba aceptar que el pequeño inversor no tiene acceso al crédito.

Hay quien puede imaginar que hay un escenario intermedio, donde se deja que los bancos privados sigan siendo exigentes y aparece un banco público para responder a los pequeños. Sin embargo, aun haciendo el arriesgado supuesto de que ese banco público atienda sólo a los pequeños (y no a “amigos grandes”) sucede que si los deudores pequeños no responden el banco tendrá severas pérdidas que seguramente se socializarán (es decir, las soportaremos todos) a través de transferencias de fondos del Gobierno, que probablemente no saldrán en los diarios. O sea que igual habrá salvataje, del cual no nos daremos cuenta, salvo que sea muy grande o durante mucho tiempo (lo malo es que cuando se prestó a amigos grandes…¿a quién estamos salvando?)

Lo importante de todo esto es que las posturas intervencionistas, tradicionalmente han sido favorables al primer escenario (prestar sin tanta garantía y luego salvar si es necesario) y las liberales al segundo (restringir el préstamo, dejando fuera del sistema a los pequeños).

Podemos adherir a uno u otro, el punto esencial es que la sociedad debe estar consciente de qué alternativa elige, para que sepa qué aplaude y qué riesgos corre. No es posible tomar sólo lo bueno de las dos, o sea, darle cabida a todos y no correr riesgos de turbulencias.

La crisis actual (2008)

En este marco, creo que la crisis financiera actual proviene de una triple irresponsabilidad. Por un lado, es claro que se produjo por la enorme irresponsabilidad de los bancos de EEUU en el otorgamiento de préstamos hipotecarios (casi no se pedían garantías para dar créditos), pero también es muy cierto que los legisladores estadounidenses, que hoy se rasgan las vestiduras para proteger al ciudadano de EEUU, son los mismos que hace unos años autorizaron e incentivaron esta conducta. Los políticos incentivaron a que se bajaran las exigencias y los banqueros no se detuvieron.

Finalmente, quien podría haber evitado o reducido la catástrofe, la Reserva Federal, no cuidó de que no se cometieran excesos con los préstamos. Curiosa dislexia en el norte: quisieron evitar la “selección adversa”, el ente regulador miró para otro lado y ahora no quieren enfrentar las consecuencias.

En definitiva, lo que digo es que los políticos estadounidenses prefirieron el primer escenario: les importaba que todos tuvieran su crédito y con ello se dispusieron a correr riesgo de tener que preparar los salvavidas. Con esto quiero decir que desde el punto de vista conceptual, en materia financiera, EEUU se acercó en estos años más a la concepción intervencionista que a la liberal. Un liberal extremo nunca hubiera relajado tanto las condiciones de acceso al crédito en un sistema como el de EEUU, en el que los ciudadanos son muy proclives a consumir y endeudarse.

Entonces creo que es apresurado decir que esta crisis es la crisis de las ideas liberales. El debate aún está abierto. Es cierto que EEUU es hoy un país cercano al ideario liberal, pero es claro que en materia financiera no se comportó de esa forma sino como un “híbrido”.

Los liberales proponen un esquema de funcionamiento y los intervensionistas otro, y ambos tienen sus ventajas y desventajas. La sociedad debería saberlo para poder decidir cuál prefiere. Si los políticos la conducen por un camino y luego no desean hacerse cargo de las consecuencias, en realidad, o no saben de qué se trata o están engañando a la gente.

Artículo publicado en el “Diario Los Andes” el 8/10/08

(El autor es Profesor titular de Política Económica Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo. Es Socio-Director de A + C consultores)

Economía y Etica



Para lograr una mejora del nivel económico y social, existen dos posibles secuencias propuestas: una consiste en mejorar la moral individual para que también mejore la economía. La otra secuencia consiste en mejorar el nivel económico de la sociedad para que, como consecuencia, mejore también el nivel ético de cada individuo. Otros suponen que no existe relación alguna entre ética y economía y que podría alcanzarse un buen nivel económico sin que exista un buen nivel ético, y viceversa. Henry Hazlitt escribió al respecto:

“Se piensa, por lo general, en los enfoques ético y económico, que la ética y la economía tienen poco que ver una con la otra. Sin embargo, ambas se encuentran íntimamente vinculadas. A ambas les interesan los actos de los hombres, la conducta humana, la decisión humana, la elección humana. La economía es una descripción, explicación o análisis de los factores determinantes, consecuencias e implicancias de la conducta y elección humanas. Pero apenas llegamos a lo que es la justificación de esos actos y decisiones o a la cuestión acerca de si éste o aquel acto o regla de acción sería más conveniente a largo plazo para el individuo o la comunidad, penetramos en el mundo de la ética. Esto es también verdad si lo que se discute es la conveniencia de una política económica comparada con otra”.

“Prácticamente no existe problema ético alguno, en realidad, que no presente un aspecto económico. Nuestras decisiones éticas cotidianas son, en general, decisiones económicas y, a su vez, casi todas nuestras decisiones económicas cotidianas tienen un aspecto ético”

(De “Los fundamentos de la moral” de Henry Hazlitt - Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires - 1979).

Algunos autores liberales han propuesto éticas económicas desvinculadas de la ética asociada a la religión y la filosofía. En realidad, al existir la actitud característica en cada persona, el hombre muestra una misma actitud en cada circunstancia. Y el egoísta lo será en cada una de sus acciones, sean económicas o de otra índole. De ahí que es necesario buscar una ética única, basada en las actitudes humanas. Ludwig von Mises escribió:

“El papel histórico de la teoría de la división del trabajo tal como la elaborara la economía política inglesa de Hume y Ricardo, consistió en la total demolición de todas las doctrinas metafísicas relativas al origen y funcionamiento de la cooperación social. Dicha teoría consumó la emancipación espiritual, moral e intelectual de la humanidad iniciada por la filosofía del Epicureismo. La ética heterogénea e intuicionista de las épocas anteriores se vio sustituida por una moral autónoma racional. El derecho y la legalidad, el código moral y las instituciones sociales ya no son reverenciados como insondables decretos celestiales. Su origen es humano y el único metro que se les debe aplicar es el de su conveniencia con respecto al bienestar del hombre”

(De “La acción humana” de Ludwig von Mises - Editorial Sopec SA – Madrid 1968)

El reemplazo de la “ética de los sentimientos” por la “ética utilitaria” de algunos economistas, implica, nada más y nada menos, que aceptar el “egoísmo de a dos” como válido dentro de este nuevo marco. Como el hombre muestra una misma actitud en las distintas circunstancias de su vida, al aplicar el egoísmo aceptado por la “ética utilitaria”, se encamina en una dirección poco favorable. Ludwig von Mises escribió:

“La sociedad liberal prueba que, ante todo, el hombre ve en los demás sólo medios para la realización de sus propósitos, mientras que él a su vez, para los demás, el medio para la realización de los propósitos de los otros; que, finalmente, por esta acción recíproca dentro de la cual cada uno es simultáneamente medio y fin, se llega a la meta más elevada de la vida –el logro de una existencia mejor para todos. Dado que la sociedad sólo es posible si, mientras viven sus propias vidas, todos ayudan a vivir a los demás, si todo individuo es, al mismo tiempo, medio y fin; si cada bienestar individual es simultáneamente la condición necesaria para el bienestar de los demás, es evidente que el contraste entre yo y tú, medio y fin, queda automáticamente resuelto”

(De “Socialismo” de Ludwig von Mises - Editorial Hermes SA – México 1961)

La moral basada en los sentimientos humanos es la que ha de lograr los mejores resultados, mientras que los vínculos interpersonales a través de medios materiales, deberían pasar a un segundo plano. Ludwig von Mises agrega:

“No existe oposición entre el deber moral y los intereses egoístas. Lo que el individuo da a la sociedad para preservarla como tal lo da, no en beneficio de fines que le son ajenos, sino porque ello consulta su propio interés”.

El problema que puede encontrarse en la anterior expresión es la aceptación del egoísmo como algo favorable al comportamiento humano. El egoísmo existe en todos los seres humanos, pero debemos apuntar hacia el logro de la actitud que nos permita compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes. En esto vemos cierta incompatibilidad entre los principios liberales (al menos por los expresados por este pensador) con la ética cristiana, o con la ética natural. Sin embargo, podemos apuntar a un liberalismo ético, que adopte la ética cristiana, para así armonizar ambas posturas. Recordemos que la economía de mercado o economía libre, no es una invención humana, sino la resultante del libre comportamiento económico de la sociedad. Desde Adam Smith en adelante se pudo describir aceptablemente este proceso y se pudieron ver los aspectos relevantes para poder adaptarnos a ellos. La adopción de la ética natural ha de ser una mejora adicional.

Debido a que el sistema de libre empresa se da como una consecuencia de la libertad, desde la ciencia económica se dan sugerencias respecto de todo lo que favorezca el mantenimiento de esa libertad. Entre ellas aparece la deseable vigencia de un orden legal estable, de una moneda estable, etc. Debe sugerir, además, un nivel ético adecuado para sustentar el desarrollo económico pleno.

La principal duda aparece cuando se considera al egoísmo, como posible motor del orden económico. No es lo mismo decir que el sistema de la economía de mercado puede funcionar bien, a pesar del egoísmo, a decir que funcionará favorecido por ese egoísmo. Y que, a mayor egoísmo, mayor efectividad. Cuando decimos que alguien es egoísta, lo decimos con cierto fastidio, ya que lo asociamos a una persona que no le interesa lo que le suceda a los demás, sino que sólo le interesa su propia persona.

Si ese es el egoísmo al cual se refiere von Mises, podemos decir que, con seguridad, dicha actitud no es la adecuada para el mejoramiento de la sociedad o, incluso, para el buen desarrollo de la economía. Con esa actitud predominante, pronto comenzarán los conflictos de toda clase. Debemos apuntar hacia una actitud cooperativa y solidaria, como lo promueve el cristianismo, y así podremos disponer de una ética general, aplicable a todos los aspectos del comportamiento humano.

No es lo mismo decir que el trabajo individual nos ha favorecido a nosotros mismos y que, indirectamente, hemos favorecido a los demás, a decir que tenemos una satisfacción moral doble, por beneficiarnos a nosotros mismos y a los demás. Debe quedar claro que las motivaciones de nuestras acciones deben apuntar hacia la mayor cantidad de satisfacciones morales, antes que a la mayor cantidad de beneficios económicos. Buscando los beneficios morales, la ética se dará por sí sola. Recordemos que Adam Smith escribió un libro titulado: “La teoría de los Sentimientos morales”, tema que no era ajeno a su pensamiento.

Cuando decimos que la ética, o el nivel ético de los individuos, es un factor prioritario en el buen funcionamiento de la economía de mercado, debemos asociarlo a la actitud cooperativa y solidaria, y no a las actitudes egoístas. Es imprescindible aclararlo ya que una de las partes esenciales en dicho proceso de producción e intercambio reside en la competencia entre productores que tratan de lograr la mejor calidad al menor precio, que es la esencia de las ventajas del sistema. Si la competencia está asociada a una actitud de cooperación, será una competencia beneficiosa para todos y aquí predominará el lema olímpico: “Lo importante no es triunfar, sino competir” (Pierre de Coubertin). Si la competencia está asociada al egoísmo, las cosas podrán llegar a extremos poco deseables. Wilhelm Roepke escribió:

“La economía de mercado no es una excepción a esta regla. Por cierto, sus defensores, en la medida en que han sido intelectualmente exigentes, han reconocido siempre que el ámbito del mercado y de la competencia, del sistema en el que los precios y la producción son determinados por la oferta y la demanda, merece ser considerado y defendido solamente como una parte de un orden general más amplio, que abarca la ética, el derecho, las condiciones naturales para la vida y la felicidad, el Estado, la política y el poder. La sociedad en su conjunto no puede ser regida por las leyes de la oferta y la demanda, y el Estado es algo más que una especie de empresa comercial, tal como ha sido la convicción de la mejor opinión conservadora desde los tiempos de Burke”.

“Los individuos que compiten en el mercado en procura de su propio beneficio, necesitan más que nadie de las normas sociales y morales de la comunidad, sin las cuales la competencia degenera hasta los extremos más penosos. Como dijimos antes, la economía de mercado no lo es todo. Debe ocupar su lugar en un ordenamiento más elevado, que no se gobierna por la oferta y la demanda, la libre formación de los precios o la competencia. Debe estar firmemente insertada en un ordenamiento global de la sociedad, en el cual las imperfecciones y rudezas de la libertad económica sean corregidas por el derecho, y donde no le sean negadas al hombre las condiciones de vida adecuadas a su naturaleza. El hombre sólo puede realizar plenamente su naturaleza si se integra libremente en una comunidad con la cual se sienta solidario. De lo contrario, su existencia será desdichada, y él lo sabe”

“En otras palabras, la vida económica no se desenvuelve naturalmente en el vacío moral. Se halla en constante peligro de desviarse del nivel moral medio si no se la apuntala con un vigoroso apoyo ético. No cabe pensar siquiera en que pueda faltar ese apoyo, el cual, por otra parte, debe ser preservado constantemente de de la corrupción. De lo contrario, nuestro sistema económico libre, y con él toda forma de Estado o sociedad libres, están condenados a derrumbarse”.

“El mercado, la competencia y el juego de la oferta y la demanda no crean estas reservas éticas; las presuponen, y las consumen. Estas reservas deben venir de fuera del mercado, y ningún manual de economía puede sustituirlas”.

(De “Enfoques económicos del mundo actual” de Lawrence S. Stepelevich – Editorial Troquel SA – Buenos Aires 1972).

Uno de los principales problemas éticos que aparecen en las sociedades actuales (al menos en Latinoamérica), es la actitud de un gran sector de la población que no quiere trabajar, y tiene hijos en cantidades superiores al promedio de la población. Le impone al resto de la sociedad la obligación de mantenerlos. Frecuentemente se habla de la “desigualdad social” culpando al que trabaja por tener medios superiores al que no hace nada. Muchos pretenden a que lleguemos a una “miseria compartida” (socialismo) antes que a una desigualdad con esperanzas.

En forma similar, muchos renuncian a ser empresarios debido principalmente a las preocupaciones que tal decisión les ocasionará. Por ello, la proporción de empresarios será menor a la necesaria, y así, la cantidad de puestos de trabajo será menor a la requerida por la población. Luego la sociedad culpará, a los pocos empresarios que existen, por ofrecer pocos puestos de trabajo.

Si bien el consumo es un factor que alienta la producción, el consumo de cosas superfluas impide el ahorro y la inversión. Los individuos que prefieren sacrificar la seguridad futura en beneficio de la comodidad del presente, impiden su propio crecimiento económico. Ludwig von Mises escribió:

“La economía de mercado crea un ambiente que induce a practicar la abstención y a invertir su fruto, el capital acumulado, en aquellos sectores que mejor satisfacen las necesidades más urgentes del consumidor. Si no hay personas dispuestas a ahorrar, reduciendo su consumo, faltarán los medios necesarios para efectivamente ampliar las inversiones. Tales medios no pueden ser engendrados mediante imprimir papel moneda o conceder créditos sin más existencia que la escrituraria y contable. La expansión crediticia constituye la principal área de que dispone el jerarca en su lucha contra la economía de mercado” (De “La acción humana”).

Quienes promueven la existencia de controles de precios, por parte del Estado, son los que, por la comodidad de no buscar mejores precios, o por la irresponsabilidad de gastar demasiado, pretenden que sea el Estado quien cuide su propio dinero y vele por sus propias decisiones. Cuando alguien cobra demasiado por algún producto, dejará de hacerlo tan pronto como el consumidor sepa decidir qué hacer con su dinero.